¿Cómo empezar a pensar la moda en Latinoamérica, cuando la palabra moda se nos ha negado tanto? ¿Cómo pensarla, cuando nos acostumbramos a creer que la moda es superficial, pasajera, bonita, pero nunca sustanciosa? ¿Cómo hacerlo en nuestros términos, cuando la acumulación de relatos, ideas e historias se centran en los nombres —a veces impronunciables— de unos pocos, siempre extranjeros y tan alejados de nuestra realidad?
Estas cuestiones y otras relacionadas llevan años persiguiéndome y, si tuviera que elegir una sola razón por la cual decidí empezar a escribir este boletín, diría que es para responderlas. No es una tarea que pueda hacer sola; necesito de otras personas que me ayuden a pensar. Tampoco es una tarea fácil; ni siquiera sé si vaya a poder responder estas preguntas con certeza alguna.
Lo que sí sé es que la moda no se nos puede negar. Y con ese “nos” me refiero a Latinoamérica como región, pero también a cada una de las personas que hacemos parte de ella, estemos o no interesadas abiertamente en la moda, vivamos o no en Abya Yala.
Hace unos años, fui invitada a co-editar una colección de ensayos sobre la moda latina contemporánea. Ésta vino de una de las académicas más célebres de los estudios de moda latinoamericanos y la recibí con muchísima emoción. Hasta que leí, entre las primeras líneas de la propuesta, que la palabra “moda” es un nombre equivocado para hablar sobre los fenómenos vestimentarios en Abya Yala.1
Creo que todavía me arde un poco la sangre de pensar en cuando leí esas líneas; de pensar en la respuesta tan reacia —y hasta condescendiente— que recibí cuando comenté que no estaba de acuerdo.
¿Por que se nos prohibe tanto la moda?
Es una pregunta que no me deja en paz. Y lo peor de todo es que, entre más lo pienso, más obvia me parece la respuesta: porque la moda, hasta ahora, se ha pensado principalmente a partir de sus expresiones en países como Francia e Inglaterra, ciudades como Nueva York y Milán. Estamos acostumbradas2 a entender la moda como ese fenómeno moderno de cambios cada vez más acelerados que nace en Europa y luego se expande a otros lugares del mundo.
Pero la moda es mucho más que eso.
Cuando escribí una de mis primeras entradas para el glosario de Culturas de Moda, partí de la definición que se le da a la moda desde la política editorial de Fashion Theory, una de las revistas académicas más importantes para los estudios de moda:
La moda es una «construcción cultural de la identidad encarnada».
Esta definición no niega que la moda pueda ser un fenómeno europeo/occidental, moderno y de cambios acelerados. Pero además incluye al vestido por ser esa segunda piel, a veces casi inamovible, que cubre nuestros cuerpos y nos ayuda a crear y comunicar nuestras identidades; reconoce la importancia de la cultura —y por ende el contexto social, político, económico y hasta tecnológico— en que se gesta. Es una definición lo suficientemente específica como para delimitar a “la moda” como un objeto de análisis pero es a la vez tan amplia que le da cabida a Abya Yala y toda la riqueza de expresiones vestimentarias —yo diría que “de moda”— que han surgido a lo largo de la historia en nuestra región.
El problema es que nos hemos creído el cuento de que la moda no es nuestra, pues nuestro calendario está “retrasado” con respecto al de las grandes capitales globales de la moda. Y seguimos pensando que para realmente triunfar en “el mundo de la moda”, debemos conquistar los espacios hegemónicos en que ésta se expresa: las semanas de la moda de Nueva York, París, Londres y Milán, enormes tiendas por departamento internacionales como Le Bon Marché y Moda Operandi, publicaciones como Vogue y Harper’s Bazaar.
¿Qué pasaría si cambiáramos la narrativa? ¿Qué pasaría si, en vez de tratar de “conquistar” otros mundos (en los que tengo mis dudas de que seamos realmente “bienvenidas”) nos enfocáramos en cambiar nuestro(s) sistema(s) moda desde adentro, para luego sí “absorber” al resto del mundo?
Es una movida ciertamente revolucionaria y contra-hegemónica. Y precisamente por eso es que resulta difícil de lograr. Pero eso mismo es lo que la hace tan esperanzadora y —me atrevo a predecirlo— fructífera.
En Géopolitique de la mode. Vers des nouveaux modèles? (Geopolítica de la moda. ¿Hacia nuevos modelos?), Sophie Kurkdjian (2021) atribuye el éxito de la moda francesa a la creación de un imaginario colectivo movilizado por un sistema complejo, en el que han participado históricamente una variedad de creadores/productores y consumidores de la moda, así como medios de comunicación, instituciones educativas, museos y hasta las semanas de la moda.
Aunque algunos de estos jugadores parecen evitar el tener que pensar la moda, otros —principalmente las escuelas y los museos— se han esforzado por hacer ejercicios cada vez más críticos, por lo menos desde las últimas décadas. Y han buscado hacerlo cada vez más cerca de la misma industria de la moda, aunque no podemos negar que todavía falta un largo camino por recorrer.
Si es así en Francia, ni hablar de Abya Yala, en donde hasta ahora estamos comenzando a entender el valor de nuestro propio sistema moda, más allá de los discursos estereotipados y románticos que tanto repetimos sobre “los saberes ancestrales” alrededor de los textiles en nuestra región.
Las industrias latinas de la moda se han mostrado reacias a la adopción de metodologías e ideas críticas para la formación de diseñadores y la creación de productos. Los medios de comunicación son frágiles y pocas veces rompen con las narrativas simplistas y superficiales sobre la moda. Y la educación en muchos casos se enfoca más hacia una producción masiva que hacia la creación verdadera a partir de la investigación y procesos complejos de análisis, pensamiento crítico y generación de ideas.
Por eso es que yo creo que debemos aprender a pensar y repensar constantemente la moda latina, para poder fortalecer el sistema moda de Abya Yala y todos los “sub-sistemas” (por decirlo de alguna manera) que lo conforman. Se me ocurren algunos pasos para comenzar:
Redefinir la moda, partiendo de ideas locales y las historias propias de las diversas culturas que habitan y han habitado Abya Yala, incluso desde antes de la invasión europea;
Encontrar nuestros propios referentes y estéticas locales —aunque siempre teniendo cuidado de no caer en apropiación cultural ni en la auto-exotización injustificada de nuestra(s) propia(s) cultura(s);
Cuestionar todas esas narrativas que se nos cuentan desde Euro-Norteamérica3 sobre lo que es y debe ser la moda, latina o no;
Explorar y narrar nuestras propias historias de la moda desde perspectivas cada vez más críticas y “mejor pensadas”; y
Entablar conversaciones y debates sustanciosos, a partir de los cuales podamos construir y fabricar nuestras propias teorías e ideas sobre lo que puede y debe ser la moda.
En las próximas ediciones de este boletín iré desintegrando cada uno de estos pasos y, como siempre, pensando en cómo más podemos reformular las concepciones que ya tenemos sobre la moda latina.
Espera la primera parte en dos semanas.
¡Gracias por leerme!
—L
**La música de fondo que se utiliza en el audio es “Ethereal Meditation” de Maarten Schellekens (2021), utilizada bajo la licencia de Creative Commons con atribución 4.0 internacional (CC BY 4.0).
Utilizo la expresión “Abya Yala” para referirme a lo que llamamos América Latina o América española. Esta expresión viene de las naciones kuna-tule, habitantes de los territorios que hoy llamamos Colombia y Panamá. En su idioma, significa “tierra en plena madurez” y desde 1992 los pueblos originarios de las Américas la han propuesto como una opción no eurocéntrica para darle nombre a nuestra región.
Sé que no todas las personas que leen esta publicación se identifican con el género femenino, pero lo utilizo como general por dos razones: (1) la mayoría de las suscriptoras hasta hoy son mujeres y (2) yo me identifico como “ella” y extiendo el género femenino desde mi propia subjetividad, como tantas veces se ha hecho al contrario, desde el masculino.
Esta expresión suena un poco “atropellada” pero la uso a propósito para resaltar que la idea de superioridad de estas regiones del mundo ha sido igual de incómoda, tal y como lo explica Ruth B. Phillips (1999) en Trading Identities: The Souvenir in Native North American Art from the Northeast, 1700-1900.
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