Pensar la moda
Pensar la moda
Nº 5. Cuestionar la moda
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Nº 5. Cuestionar la moda

Sobre la necesidad de ser más críticas frente a todo lo que se nos dice sobre la moda (latina o no)

Queridas pensadoras1 de la moda:

¡Bienvenidas a una nueva edición de Pensar la moda! Como les prometí la vez pasada, hoy regreso a esa lista —que ya se siente súper lejana— con que empecé este boletín de acciones para aprender a pensar y repensar constantemente la moda latina y así fortalecer los sistemas moda de Abya Yala2.

La misión de hoy, entonces, es hacer un llamado sobre la necesidad de cuestionar todas esas narrativas que se nos cuentan desde Euro-Norteamérica3 sobre lo que es y debe ser la moda, latina o no.

Y para esto voy a utilizar —como termino haciéndolo casi que inevitablemente por estos días— mis experiencias personales y como docente.

Empecemos por la segunda.

En el seminario de “Diseño y (de)colonialidad” que estoy dictando desde el semestre pasado, hemos hablado varias veces sobre la generación del conocimiento, especialmente alrededor del diseño. ¿Quiénes tienen derecho a narrar las historias del diseño? ¿Por qué se cuentan ciertas historias y se ignoran tantas otras? ¿Y por qué creemos casi que ciegamente en todo lo que se nos cuenta con un tono más o menos “académico”?

Estas preguntas son muy abiertas y, sin duda, difíciles de responder (sobretodo en un espacio tan pequeño como éste). Pero, en resumidas cuentas, podríamos decir que quienes narran “la Historia” lo hacen desde posiciones de relativo poder, muchas veces avalado por títulos y otras acreditaciones institucionales (por lo general académicas), y desde puntos de vista que tienden a ignorar todo lo que no es hegemónico en las sociedades cada vez más globalizadas en que vivimos. Y a estas personas les creemos porque el pensamiento occidental (y colonial) que guía nuestras formas de acceder al conocimiento nos ha convencido de que son las únicas fuentes de información “100% confiable”.

En las discusiones con estudiantes también me he dado cuenta de que les creemos porque es lo que se nos enseña a hacer desde pequeñas: aprendemos a absorber información, a repetir y resumir lo que extraemos de ella, pero pocas veces nos incentivan a cuestionarla. Son pocos los espacios —sobretodo en la educación “formal”— que incentivan la crítica y el cuestionamiento, especialmente de las ideas propuestas por aquellas figuras consideradas “autoridades” o “expertas” en un tema específico.

Por eso es que seguimos repitiendo ideas como que la moda nació en el siglo XVIII o XIX en Francia. O que en Abya Yala no existe tal cosa como “moda”, pues todo lo que hacemos es copiar modelos extranjeros. O que la única estética verdaderamente nativa y representativa de “lo latino” es ese tropicalismo caribeño que a algunas ya empieza a cansarnos de tanta repetición.

Y esto me lleva a la experiencia personal.

Hace unos días escuchaba uno de los podcasts que últimamente me acompañan en mis trayectos por Bogotá. Dos cosas me dejaron absolutamente impactada con uno de los episodios más recientes que se publicaron. Primero, que la persona entrevistada utilizara un “Spanglish” tan descarado, que ni siquiera me atreví a compartirlo de pensar en que más de una de las personas que me siguen posiblemente no podrá entenderlo todo. Lo segundo es que esta persona definía la moda latina —y su atractivo para la industria de la moda global— con base en ese estereotipo de lo latino como derrochador, opulento y hasta excesivo, que se nos ha impuesto desde afuera durante tanto tiempo.

15 Latinx-Owned Fashion Brands To Shop During Hispanic Heritage Month |  StyleCaster
Fotografía representativa de la latinidad estereotipada en la moda, vía Stylecaster.

No sé si fui yo la única que se impactó por estos dos aspectos de un podcast que, por lo demás, fue entretenido e informativo. Pero tengo el presentimiento de que ambos pasaron sin ser cuestionados —de pronto hasta sin notarse— por muchas de las personas que han escuchado este episodio.

Los estereotipos de la moda latina como tropical y excesiva hacen parte de los discursos sobre el vestir por lo menos desde que inició la invasión europea de lo que hoy llamamos “América”. Uno de los ejemplos que más he estudiado viene de la crónica de viaje publicada en 1748 por los científicos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, quienes aseguraron que, en Quito, “la gente de forma viste ostentosamente”.4 La expresión “gente de forma” denota a las personas de las élites con acceso a la moda.

Como Juan y Ulloa, un sinnúmero de viajeros europeos —y algunas viajeras— durante y después de la Colonia, comentaron sobre los excesos en el traje de quienes habitaban en Abya Yala. De alguna forma, esta idea podría estar fundamentada en la leyenda del “El Dorado” y otros mitos sobre la riqueza desbordada en las Américas, que, entre otras, impulsó las empresas colonizadoras europeas durante tanto tiempo.

Pero lo que más quiero resaltar aquí es que es una idea tan fuerte, que no sólo la seguimos repitiendo en nuestros tiempos —casi 300 años después de que Juan y Ulloa publicaran su comentario— sino que, además, la hemos interiorizado tanto que ha terminado por formar parte casi constitutiva de cómo muchas construimos y expresamos nuestra identidad como personas y marcas latinas.

Mi relación personal con este estereotipo predominante de la latinidad excesiva ha tenido bastantes altibajos y aun más contradicciones.

En otros espacios he hablado sobre mi relación con el color y cómo, después de rechazarlo casi completamente en mis primeros meses como estudiante de maestría en Nueva York, volví a él como una forma de regresar a mis orígenes y asumir una identidad que en algún punto intenté negar para “acomodarme” al entorno en que estaba.

Pero también me di cuenta de que estaba —y estoy— bien lejos de ser esa latina siempre alegre y ruidosa, voluptuosa y sexy, que tanto se nos muestra en distintos medios.

Por esta época también me vi obligada a enfrentar la dura realidad de que, por muy feo que suene, soy parte de ese “norte global de nuestro sur global” que es tan absolutamente problemático, muchas veces ignorante y poco empático a las experiencias de quienes no cuentan con nuestros mismos privilegios.

Y creo que fue ahí, exactamente, cuando aprendí a cuestionar.

No puedo decir el momento específico en que sucedió, pero sí puedo asegurar que fue en las grietas y contradicciones de este proceso (¿o estos procesos?) de auto-reconocimiento y auto-estereotipación que aprendí a cuestionar.

A cuestionar todo lo que se cree que es el ser latina. Cuestionar lo que es, debe y puede ser una mujer latina en la industria de la moda en Nueva York. Y cuestionar las posibilidades para accionar de una académica de la moda latina en el mundo entero.

Tal vez sin darme cuenta, también fue ahí cuando di el salto hacia lo que hago hoy, hacia mi misión de transformar lo que pensamos sobre la moda latina —histórica y contemporánea— dentro y fuera de Abya Yala.

Y esta transformación que propongo, sin duda, se centra en el cuestionamiento de lo que nos han dicho que debe ser la moda latina —y la no-latina también—.

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Por eso es que mi tesis doctoral se enfoca en reescribir la historia de la moda latina durante la época colonial, con un énfasis específico en el Virreinato de la Nueva Granada en la segunda mitad del siglo XVIII y comienzos del XIX. Por eso dicto cursos de estudios e historia de la moda y el diseño desde perspectivas decoloniales y contra-hegemónicas. Y por eso es que escribo este boletín y trato de extender estos cuestionamientos y compartir mis ideas abiertamente por redes sociales.

Pero hoy también reconozco que esta capacidad de cuestionar es el fruto de mis propios privilegios: de la educación que he tenido, de las oportunidades que se me han presentado y del poder de mi voz (que no debería dar por sentado ni un solo día).

Entonces, ¿qué pasa con quienes no tienen las mismas oportunidades para cuestionarlo todo tan abiertamente (por la razón que sea)? ¿Y cómo podemos incentivar prácticas y aproximaciones más críticas hacia la moda, incluso entre la gente “del común” (por decirlo de alguna forma)?

Para ser sincera, todavía no tengo respuestas. En mis clases y en redes sociales trato de impulsar el cuestionamiento constante de todo, insistiendo en su importancia cada vez que puedo. Escribir este boletín creo que es otra de mis contribuciones.

Pero, ¿será que sí es suficiente? ¿Y cómo más será que podemos hacerlo?

Como siempre, queda el espacio para que me ayuden a responder a estas preguntas. ¿Qué piensan ustedes? Por favor escríbanme sus ideas y reflexiones respondiendo al correo (si lo recibieron) o en los comentarios.

¡Gracias, gracias infinitas por leerme!

Hasta una próxima edición de Pensar la moda.

—Lau

**La música de fondo que se utiliza en el audio es “Morning Coffee” de HoliznaCC0 (2022), utilizada bajo la licencia de Creative Commons con atribución 4.0 internacional (CC BY 4.0).
1

Sé que no todas las personas que leen esta publicación se identifican con el género femenino, pero lo utilizo como general por dos razones: (1) la mayoría de las suscriptoras hasta hoy son mujeres y (2) yo me identifico como “ella” y extiendo el género femenino desde mi propia subjetividad, como tantas veces se ha hecho al contrario, desde el masculino.

2

Utilizo la expresión “Abya Yala” para referirme a lo que llamamos América Latina o América española. Esta expresión viene de las naciones kuna-tule, habitantes de los territorios que hoy llamamos Colombia y Panamá. En su idioma, significa “tierra en plena madurez” y desde 1992 los pueblos originarios de las Américas la han propuesto como una opción no eurocéntrica para darle nombre a nuestra región.

3

Esta expresión suena un poco “atropellada” pero la uso a propósito para resaltar que la idea de superioridad de estas regiones del mundo ha sido igual de incómoda, tal y como lo explica Ruth B. Phillips (1999) en Trading Identities: The Souvenir in Native North American Art from the Northeast, 1700-1900.

4

Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Relación histórica del viage hecho de orden de S. Mag. a la América Meridional. Primera Parte, Tomo Primero (Madrid: Imprenta de Antonio Marín, 1748), 366.

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Laura Beltrán-Rubio