Queridas pensadoras de moda:
Algunas sabrán que el domingo pasado se llevaron a cabo las elecciones para el próximo presidente de Colombia. Y esto, como siempre, me ha tenido pensando. (Creo que a estas alturas ya todas sabemos que es lo que mejor hago.) Pensando en el pánico colectivo de ciertos grupos sociales, que se enfrenta a la ilusión esperanzadora de otros. Pensando en todos comentarios y las predicciones de quienes me rodean. Y pensando en cómo entra la moda dentro de todo esto. Porque, sí, aquí no se piensa nunca sin integrar la moda de alguna forma.
La relación entre la moda y la política me ha inquietado durante años. Tal vez fue por eso que, en el segundo semestre de mi maestría, decidí tomar una materia sobre la moda y la identidad en el antiguo régimen francés y durante la Revolución francesa. El trabajo de investigación para esa clase me llevó a analizar las representaciones de la feminidad “ideal” para la nueva nación que se constituía con la Revolución. Y aunque pensé en continuar ese camino y convertirme en una investigadora más de la moda francesa, esa clase también me hizo preguntarme cómo se veía esto “al otro lado del charco” en Colombia. Al final, eran más los paralelos que veía en ese momento que las diferencias.
Y toda una tesis de maestría y varios años de investigación después, sigo pensando en que los pilares sobre los que se fundamentaron ambas naciones —y, si a eso vamos, prácticamente todas las naciones occidentales modernas— son bastante similares. Pero eso es tema para otro día.
Adelantémonos, más bien, varios años.
Ahora me encuentro en Colombia para las elecciones presidenciales del 2018, mientras espero ansiosamente que me llegue el día de irme a empezar mi doctorado en Virginia. Durante este periodo me enfrento a un país polarizado, lleno de odios (algunos reprimidos y otros no tanto) y de miedos por un cambio que pueda realmente transformar la estructura social básica de este país. A las personas más privilegiadas, abogar por el bien público de todas con frecuencia se nos hace una utopía imposible más que algo por lo que podemos trabajar… aunque esto, por supuesto, implica que nos desacomodemos (y algunas personas más que otras). Mientras que tantas otras personas, seguramente ya aburridas de lo mismo y cansadas de no poder surgir por los problemas estructurales del país, pedían a gritos un cambio.
El grito finalmente se oyó cuatro años más tarde, en las elecciones de ayer, cuando un gobierno de izquierda es por fin proclamado en Colombia, con Gustavo Petro y Francia Márquez a la cabeza.
La misma polarización que vi en las calles, entre familiares y amistades en ambos ciclos electorales la he visto, de una u otra forma, reflejada en los discursos que han manejado en redes sociales los distintos personajes de la industria de la moda. Para muchas de estas personalidades parece imposible mantener el silencio frente a la elecciones, el conflicto armado y hasta la realidad social del país. Pero al mismo tiempo, muchas de las posturas son lejanas, con visiones romantizadas de una realidad que, para algunas personas por lo menos, ha sido tremendamente difícil y violenta. Es como si la industria de la moda, al meterse en la política, buscara evitar prácticamente cualquier asociación directa con ella, tal vez porque la moda no está para temas tan serios; la moda es simplemente estética y bonita. O eso parece que es lo que nos gusta creer en este país.
Estas reflexiones me llevaron a escribir, en su momento, el primer artículo que publiqué en Fashion Theory (en el 2019), en donde analicé cómo se relacionaron algunas marcas y personajes del mundo colombiano de la moda con la política y otros temas sociales alrededor de las elecciones presidenciales pasadas.1 Este año no he hecho un seguimiento tan profundo del tema y mi producción académica se encuentra enfocada exclusivamente en mi tesis doctoral, así que no habrá una “secuela” de ese artículo sobre estas elecciones.
Pero sí tengo un par de cosas que quiero decir (o escribir).
No vengo a decirle a nadie que se vaya se este país si no lo gustan los resultados, entre otras porque sé que los trámites son largos y complicados, además de que muchas personas no querrán (ni podrán) simplemente dejar su vida así como así. Tampoco vengo a defender a ninguno de los candidatos (y sus equipos) porque reconozco que cada uno tiene sus defectos.
Pero lo que sí puedo decir es que, mientras no dejemos de repetir que Colombia “nos duele” —como he visto a tantas personas hacerlo en redes sociales—, sin hacer mucho para cambiarlo, va a ser poca la transformación que verá el país. Por el otro lado, si sólo celebramos el triunfo de la izquierda, sin realmente aprovechar la oportunidad que se nos abre para reformar tantos problemas estructurales del país, creo que tampoco podrá gestarse un cambio sustancial y desde la raíz.
Así que mi invitación hoy no es ni al dolor ni a la celebración. Es más bien a pensar en cómo, desde cada una de nuestras trincheras y posiciones políticas, podemos crear un nuevo contrato social en donde no sea ni el dolor ni el triunfo glorioso lo que nos defina; sino más bien existir colectivo, que pueda llevarnos a construir un mejor país.2 (Y aquí tal vez vale la pena aclarar que ese “mejor” debe ser bajo nuestros términos y lo que nos funciona aquí; no ese “mejor” inalcanzable que se nos ha impuesto desde Euro-Norteamérica y que nos ha hecho internalizar tanto la idea de que somos un país inherentemente “retrasado” que no hemos podido salir de ahí.)
“Mejor” es un adjetivo bastante amplio. Y es subjetivo, pues seguramente significa cosas distintas para distintas personas. Pero ¿cómo podemos llegar a un acuerdo sobre lo que es “mejor” para todas?
Pensándolo en “clave moda” —como siempre sucede por aquí— se me ocurren algunas ideas:
Eliminar las violencias asociadas con la producción de la moda, que van desde el trabajo mal remunerado (no creo que tengamos que irnos al extremo de “en condiciones inhumanas”) hasta la apropiación cultural;
Cuestionar —y ojalá algún día también erradicar— los estereotipos asociados con cómo se ven y se visten las personas y el hecho de que lo que nos parezca más “a la moda”, “elegante”, “con estilo” y demás sea exclusivamente lo que se asocia con o proviene de los modelos europeos y norteamericanos;
Dejar de simplemente copiar las fórmulas, los estilos y a veces hasta los diseños mismos, que vemos que a algunas marcas y diseñadores les funcionan; y
Reemplazar las primeras 3 “malas prácticas” por la búsqueda de la creatividad verdadera, fundamentada en la investigación profunda y el reconocimiento de que la moda, en medio de todo, tiene bastante sustancia.
La cuestión, ahora, es cómo crear acciones tangibles y medibles para efectuar estos cambios. ¿Qué se les ocurre que podemos hacer?
Como siempre, espero con ansias leer sus ideas en los comentarios.
Gracias, gracias por leerme. Y hasta una nueva edición de Pensar la moda.
—Laura
**La música de fondo que se utiliza en el audio es “Latina” de Caslo (2022), utilizada bajo la licencia de Creative Commons con atribución 4.0 internacional (CC BY 4.0).
Beltrán-Rubio, Laura. “Design For Dissent: Political Participation and Social Activism in the Colombian Fashion Industry”, Fashion Theory 23, no. 6 (2019): 655–678.
Jorge Luis Garay, ed., Repensar a Colombia: Hacia un nuevo contrato social (Bogotá: PNUD–ACCI, 2002).
Nº7. Moda y política