¿La moda podrá ser un lenguaje de amor?
O algunas reflexiones personales e intelectuales sobre las colaboraciones en la moda
Queridas pensadoras de la moda:1
Hace mil años que no les escribo. Pero, si me siguen en Instagram, ya sabrán que llevo meses en “modo salvaje” (como lo llamó una de mis mejores amigas) tratando de terminar mi tesis doctoral. También habrán visto que por fin logré completar el borrador completo y me preparo para sustentarla—y convertirme en “Dra. Laura”—el próximo mes.
Obtener el Ph.D. es uno de los objetivos más grandes de mi vida, sobretodo si tenemos en cuenta que llevo más de una década (o sea prácticamente un tercio de mi vida) en esas. Acercarme al fin me ha generado una especie de crisis y, como tal vez habrán visto en Instagram también, he estado pensando muchísimo sobre mi futuro en la academia, aunque todavía no he llegado a ninguna conclusión.
El lado más claro de acercarme al título de Doctora es que finalmente tengo algo bastante más tiempo y “banda ancha cerebral” para dedicarle a los proyectos que más me emocionan. Éste sin duda es uno de ellos.
¡Y es que tengo tanto por compartir! Después de todo, lancé este boletín hace más de un año como un esfuerzo “para sacar las conversaciones críticas sobre la moda de los espacios que tradicionalmente consideramos ‘académicos’—¡y de paso avanzar hacia la descentralización de los estudios de moda!” Podrán adivinar que son bastantes las ideas que llevo recogiendo durante más de una década de investigar y pensar la moda.
Pero las navegaremos poco a poco, a medida que vuelvo a enviar este newsletter cada mes.
Para empezar, hoy quiero regresar a uno de mis aprendizajes de moda del 2022: que la moda es un lenguaje de amor. Mientras reflexionaba sobre el tema antes de terminar el año, escribí que:
Hacer —o en mi caso tejer 🧶— ropa para la gente que amamos es la mejor forma de mostrarles cuánto nos importan, especialmente si están lejos, no les vemos tan frecuentemente como quisiéramos y nos hacen demasiada falta.
El año pasado tejí ropa para mi mamá, el bebé de mi mejor amiga y otras personas que amo (yo incluida). Pocas cosas me hicieron tan felices como empacar y enviar la ropa que hice con cartitas de amor. Y, a medida que trato de terminar súper de afán algo especial para la bebé de otra amiga (que nació hace sólo un par de días), estoy más convencida que nunca de que hacer ropa es una gran forma de expresar amor, al menos en un nivel personal.
Pero, ¿será que hacer ropa es una demostración de amor en el nivel de la industria?¿Será que podemos encontrar signos de amor —o alguna versión de él— en el sistema moda? Y si lo hacemos, ¿será que nos sirven de algo para cambiar este sistema tan problemático?
Curiosamente, la última pregunta parece la más fácil de responder. Pero puede ser porque, para hacerlo, puedo tomar las ideas de una de las mentoras que más admiro, la Dra. Hazel Clark, en vez de tratar de organizarlas por mi cuenta. En un ensayo del 2019 sobre moda lenta, la Dra. Clark argumentó que una aproximación lenta a la moda está necesariamente informada por la “sabiduría de las mujeres” (women’s wisdom) o aquellas estrategias y valores femeninos “que anticipan y trascienden el capitalismo, la modernidad y el eurocentrismo, además de que no están formulados sobre la base del patriarcado” (mi traducción).2 Estas creencias y métodos incluyen la empatía, la sensibilidad, la compasión y el compartir. En otras palabras, dinámicas alternativas para el sistema moda, incluyendo la “moda lenta”, pueden informarse de las labores de cuidado que se nos han asignado y hemos asumido las mujeres durante siglos —si no milenios—.
Y podría afirmarse que el amor está a tan solo un paso de distancia de estas labores de cuidado.
Entonces, signos de amor pueden existir al menos en algunos espacios del sistema moda y hacer ropa puede ser una demostración de amor al menos de algunas personas dentro de la industria. Pero es posible que tales espacios y creadores tengan necesariamente que ser quienes hacen las cosas de forma diferente, con incansables esfuerzos por reformular la cultura de explotación y consumo interminables que han caracterizado la Moda (con M mayúscula) desde por lo menos el siglo XIX.
Pero a veces me da miedo que mis aseguraciones no sean más que la prueba de que estoy siendo cegada por mi naturaleza ingenuamente positiva.
Y aun así me encuentro todo el tiempo con personas que me hacen creer que soy bastante realista aunque también desesperada y románticamente optimista.
Mientras me debatía internamente sobre estos temas y la posibilidad de encontrar amor en la moda, recibí una llamada de Juanita García, fundadora de la marca colombiana Priah. No creo que lo haya hablado públicamente en ningún momento, pero el año pasado trabajé con Priah en un proyecto de investigación hermoso a través del cual pretendíamos entender la base de las prácticas vestimentarias de los Andes para trasladarla a los procesos creativos de la marca. Y mientras reflexionábamos sobre el proyecto, terminé intercambiando con Juanita todas nuestras angustias a medida que tratamos de darle sentido a nuestras contribuciones a la industria y la investigación en la moda.
Creo que no lo pensé durante la hora que duró nuestra conversación, pero acabo de darme cuenta de que nuestro proyecto estuvo repleto de amor de principio a fin. Fue el amor lo que hizo que Juanita regresara a Sogamoso, en donde se encontró con el crochet y las mujeres que hoy crean la ropa de Priah. Fue el amor lo que me hizo alejarme de una carrera como investigadora de la moda francesa y dedicarme a estudiar Abya Yala (más conocida como Latinoamérica). Y fue el amor lo que dio paso a la colaboración para juntar dos aspectos aparentemente opuestos de la moda —la producción artesanal y la academia— para ofrecer prácticas de moda alternativas desde Colombia y para el mundo.
Pero, ¿qué pasaría si hiciéramos de la colaboración la base de todo el sistema moda? ¿Qué pasaría si normalizáramos la investigación seria en la moda, antes de crear activamente? ¿Y qué pasaría si, al hacerlo, le bajáramos las revoluciones a una industria que lleva años gritando por su desaceleración?
No sé si estoy delirando —o simplemente me ciega el optimismo que creo comparto con Juanita— pero estoy convencida de que, si una marca puede crear de esta manera, otras también lo pueden hacer. La cuestión es si realmente están dispuestas a intentarlo.
Y lo que más me emociona es que, aunque la colaboración y la investigación-creación “profunda” no son únicas de Abya Yala, sí es desde aquí que podemos ofrecer un ejemplo que le sirve de modelo o “proyecto piloto” al resto del mundo. Y eso se vuelve súper revolucionario cuando entendemos que a nuestra región se le ha negado el derecho a la moda durante siglos.
Pero a esta última idea volveré el próximo mes.
Un apunte final antes de irme: el tema de hoy no es accidental porque soy consciente de que muchas personas celebran hoy el día de San Valentín. No voy profundizar sobre cómo estas “festividades” son una trampa del capitalismo y el mercadeo para que compremos y gastemos más, pero no podía simplemente ignorarlo, sobretodo si realmente queremos pensar sobre cómo cambiar el sistema moda. Así que valga la mención.
Ahora sí: gracias, gracias por escuchar, leer, compartir y comentar.
¡Hasta una próxima edición de Pensar la moda!
—Lau 🧚🏻♀️
La música que acompaña la lectura es “Rebirth” de Ketsa, utilizada bajo licencia Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
“that pre-date and transcend capitalism, modernity and Eurocentricity, and which are not formed on the basis of patriarchy”. Hazel Clark, “Slow + Fashion – Women’s Wisdom”, Fashion Practice 11, n.º 3 (2019): 323.
Laura es increíble leerte. Te sigo hace poco y me llamó mucho la atención hoy saber que estás a punto de ser doctora. Admiro muchísimo eso y tus estudios en temas sobre latinoamérica. Me encantaría conocerte mejor, y poder conversar. Estoy creciendo en mi negocio de joyas, trabajo a parte en asuntos de sostenibilidad, y de verdad me emocionó muchísimo leerte hoy. ¡Gracias!