Queridas pensadoras de la moda:
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¡Bienvenidas a una nueva edición de Pensar la moda!
Escribo este boletín súper a último minuto, después de pensar todo el día que no iba a alcanzar a hacerlo a tiempo. Pero la verdad es que siempre que dejo de escribirlo me frustro tanto que pienso que ni siquiera debí haber empezado el proyecto. Entonces hoy me obligué a sentarme, escribir y enviar antes de que se acabe el día —el tercer martes del mes— en que lo debo publicar.
Pero ¿por qué tanta presión incluso mientras trato de terminar mi tesis doctoral, ser profesora de tiempo completo, atender a varios proyectos de consultoría y querer tener una vida?
Creo que no tengo una respuesta. En parte puede ser porque me gusta escribir y me encantaría tener más oportunidades para escribir por fuera de la academia tradicional. Y supongo que en los varios años que llevo haciendo el doctorado me he acostumbrado a la presión de último minuto… Pero lo más importante, a decir verdad, es poder compartir mis ideas y pedacitos de conocimiento con todas las personas que no acceden a ellos en espacios “académicos” más convencionales.
Justo de eso estaba hablando hace un rato en un Instagram Live con Historia y moda. Esta conversación acompaña la segunda cápsula que hacemos de historia y moda latina, que, en este caso, nos dio la oportunidad de reflexionar sobre lo que es, puede y debe ser la moda “indígena” en Abya Yala. Pero creo que lo más interesante fue hablar sobre cómo podemos comenzar a actuar en contra de algunas de las lógicas colonialistas en el sistema moda de la región.
Mi propuesta: más colaboración.
Y no es algo que se me haya ocurrido así casualmente mientras echaba globos en redes sociales. Es algo en lo que he estado pensando durante años y de hecho una de las razones por las que he insistido tanto en que Culturas de Moda sea mucho más que mi nombre, mi existencia, mis pensamientos.
La colaboración, cuando es exitosa, es bastante poderosa y hasta tiene el potencial de cambiar vidas. Podría pasar una vida entera hablando de todas las experiencias positivas que he tenido colaborando con colegas —que ahora son grandes amigas— aun cuando siempre hay retos y dificultades.
Pero la colaboración parece ir en contra de cómo nos han enseñado a navegar al mundo. No es como nos enseñan a vivir profesional o académicamente. Ni como se nos dice que podremos alcanzar el éxito.
De hecho, la colaboración parece tan poco intuitiva —tan imposible, podría decirse— que algunas personas eligen irse por los caminos más oscuros simplemente para destruir los resultados de la colaboración positiva. Es lo que siento que me pasó hace unos años, cuando un grupo de supuestos académicos de moda intentó tumbar mi primera publicación académica “de verdad” diciendo que estaba fundamentada en información falsa.
Pero lo cierto es que este trabajo había sido el resultado de una colaboración más fuerte que ellos. Y fue esta misma colaboración la que me dio la energía para atravesar este proceso tan brutalmente asustador para alguien que apenas empezaba en la academia de la moda.
Como mi artículo, los libros, ensayos y otros productos de la investigación también son el resultado de colaboraciones en el largo plazo, aunque muchas veces parezca que resultan del trabajo individual. Como asistente de investigación, he colaborado con mentoras en manuscritos y exposiciones hasta el punto en que siento que el trabajo es tan mío como de ellas. Y con esto no pretendo decir que el libro o la exposición deban llevar mi nombre; solamente quiero resaltar la colaboración que hay detrás de estos proyectos.
La colaboración también la he visto como autora: editores, correctores y diseñadores son sólo algunas de las personas involucradas en el proceso. Y cuando trabajan colectivamente hacia el mismo objetivo, ¡el resultado es hermoso! Tuve el placer de ver esto en la creación del catálogo para la exposición “Threads of Power: Lace at the Textilmuseum St. Gallen” (Hilos de poder. Encajes en el Textilmuseum St. Gallen) del Bard Graduate Center, que salió a la venta la semana pasada.
Más generalmente, durante todo mi camino doctoral he visto cómo la colaboración forma una parte central de mi investigación y mi trabajo académico. Desde hace años comencé a compartir borradores de mis escritos con colegas —que también se han convertido en grandes amigas— y a estas alturas siento que mi tesis es tan suya como mía. En redes sociales también llevo años intercambiando ideas y he empezado a pensar que mi éxito profesional está atado, de alguna forma, al “éxito” en redes (como sea que se vea).
Seguramente piensas que me fui por la tangente más larga de la vida. Pero te prometo que se conecta con los textiles en Abya Yala. Dame unos segunditos más y vuelvo al tema.
Una de las conversaciones más increíbles que he tenido en mi vida fue con Brandie Macdonald y Debra Yepa-Pappan en una mesa redonda para un simposio que co-organicé para el laboratorio de humanidades digitales (Digital Equality Lab) en William & Mary el año pasado. Hablamos sobre la descolonización de los museos y las imposiciones occidentales sobre cómo vemos y entendemos el arte en el mundo. Esto, por supuesto, incluye las artes indígenas históricas y contemporáneas.
Y terminamos hablando sobre cómo las artes textiles —especialmente las indígenas— suelen considerarse inferiores a, digamos, la pintura europea, básicamente porque no son el resultado del “genio” artístico de una sola persona (que además es blanca y hombre). Es hasta chistoso porque sabemos que más de uno de esos genios del arte europeo tuvo varios asistentes que también trabajaban —colaborativamente— en sus obras, aunque solamente apareciera la firma del maestro en el trabajo final.
Los tejidos indígenas no tienen estas firmas textuales tradicionales del arte occidental. Pero sí tienen trazos de las manos y los cuerpos que los crearon—una especie de firma encarnada en la materialidad misma de las obras. Y si soy honesta, este entrelazamiento de firmas —y manos y cuerpos— me parece muchísimo más poderoso que la firma sobresaliente de el artista europeo.
Entonces tal vez una de las mejores formas de descolonizar la moda —y las artes, más generalmente— desde Abya Yala es extendiendo esta lógica colaborativa de las artes textiles hacia otras manifestaciones culturales. La podemos extender incluso hacia las formas en que investigamos y escribimos sobre ellas. Y esto podría —debería, quiero decir— incluid más colaboraciones entre artistas, diseñadores e investigadores para que los procesos creativos estén substanciados en el análisis y el pensamiento crítico.
Solamente así podremos verdaderamente sacar el conocimiento de las esferas privilegiadas y llevarlo al mundo. Al mismo tiempo podremos formular prácticas más éticas para el diseño, especialmente cuando se trabaja con las comunidades racializadas y marginalizadas, que cada vez participan más en los procesos de diseño en las Américas.
Queda abierta la pregunta de cómo podemos, exactamente, lograr más colaboraciones en el mundo tan tremendamente individualista en el que vivimos. ¿Qué se te ocurre? Me encantaría leer tus ideas en los comentarios.
Gracias, gracias por escuchar, compartir y comentar.
¡Hasta una nueva edición de Pensar la moda!
—Lau